jueves, 28 de enero de 2016

Camino de francés. Parte 2: de Nájera a Carrión de los Condes

En esta entrada retomaré el Camino de Santiago en el segundo tramo que hice: desde Nájera, en La Rioja, hasta Carrión de los Condes, en Palencia. Es una parte del Camino bastante más pacífica, ideal para aquellos que buscan poder reflexionar o encontrarse a si mismos. A excepción de Burgos y alguna que otra villa de tamaño considerable, la mayoría de poblaciones son pequeños y tranquilos pueblos castellanos, que contribuyen a esta sensación de paz.

Empezamos de nuevo donde lo dejamos, en Nájera, la Semana Santa de 2014. El primer día de esta etapa pasamos por la localidad de Santo Domingo de la Calzada (5600), de un tamaño considerable para el Camino de Santiago. Aún así, muchos sabréis de la primera entrada que nosotros no buscábamos las ciudades grandes, sino simplemente caminar nuestros 30km de media y dormir en el pueblo más cercano a esa meta, fuere el que fuere. Por ello, continuamos unos kilómetros más hasta llegar a Grañón, un pueblito justo antes de la frontera de La Rioja y Castilla y León.

Amanecer sobre Grañón
El segundo día, como es de esperar habiendo dormido cerca de la frontera, nos despedimos de La Rioja y nos preparamos mentalmente para la meseta castellana que cada vez nos quedaba más cerca. Este fue uno de los días que más agradezco haber hecho en primavera y no en verano. Nuestro día entero lo dedicamos a caminar entre campos verdes e infinitos de lo que supusimos que es trigo (en verano sería todo marrón y seco, de ahí que agradezca la época del año). Después de cruzar Belorado (2000), continuamos hasta Villafranca Montes de Oca (la del Bierzo nos queda algo lejos aún...). Recuerdo de este día el amanecer. Como de costumbre, nos levantábamos muy pronto para poder aprovechar y caminar bastante antes que saliera el sol y nos pillase el calor. Estando en una zona bastante plana, pudimos ver el sol salir y llenar en cuestión de segundos el cielo de gamas impresionantes de distintos colores.

Catedral de Burgos
Nuestro tercer día recuerdo que fue bastante largo y caluroso, pero fue muy bien recompensado. Saliendo de Villafranca, continuamos por sinuosos caminos de unos pequeños montes durante unos 12km hasta llegar a San Juan de Ortega (20...), donde paramos a desayunar. De ahí comenzamos a descender hacia Burgos, pasando por la conocida localidad de Atapuerca (famosa por los yacimientos arqueológicos). La entrada a Burgos (170000), como a cualquier gran ciudad, es bastante liosa, ya que hay montones de diferentes caminos que se pueden tomar. Nosotros optamos por coger una ruta más verde y bonita que la recomendada y nos hospedamos en Castañares, un pueblo que ha sido absorbido por la ciudad y ahora se podría decir que es una continuación de ella. Y como dije, este día fue muy bien recompensado ya que, como siempre que puedo pasar por Burgos, comimos lechazo.

Siguiendo el río Arlanzón, entramos con frío en la ciudad propiamente dicha a la mañana de nuestro cuarto día. Si queréis leer más, podéis clicar aquí para ir a mi antigua entrada sobre Burgos. Saliendo del centro urbano, nos esperan aproximadamente 10km casi completamente llanos. Después, comenzamos a ascender a una pequeña meseta que, a pesar de ser llana en la cima (obviamente), requiere ascender mucho en muy poco. Justo al otro lado, Se encuentra Hornillos del Camino (100), donde decidimos pasar la noche.

Aprovechando que el terreno es más llano en estas zonas, pudimos subir un poco la media de las distancias recorridas cada día. Nuestro quinto día de esta semana estuvo marcado por una gran decepción en el desayuno. En nuestra genial guía del peregrino, vimos un lugar a una buena distancia de Hornillos donde teníamos pensado parar a desayunar: San Bol. Este lugar, resultó no ser más que una casa. Este descubrimiento significó tener que continuar otra hora más hasta llegar al próximo pueblo. Continuando el camino, depués de parar a reponer fuerzas, nos encontramos con unas preciosas ruinas del antiguo convento de San Antón y, más adelante, con el característico castillo en ruinas encima de Castrojeriz. Con un último esfuerzo, llegamos a Itero de la Vega, nuestro destino. Este pueblo se sitúa justo en la frontera entre Burgos y Palencia, sobre el río Pisuerga.

Ruinas del Convento de San Antón
Nuestro sexto y últimodía de esta etapa será por siempre recordado, por desgracia, como el único día que nos llovió en todo el Camino. Desde que salimos de Itero hasta que llegamos a Carrión de los Condes (2400) tuvimos que llevar los chuvasqueros puestos para resguardarnos del agua. Aún así fue un gran día para caminar: habiendo estado caminando ya varios días, nos habíamos acostumbrado por fin al caminar y todos nos nuestros dolores habían quedado en el olvido. Además, como es de esperar en la Meseta, el terreno es extremadamente llano. Por fin en nuestro destino final, nos juntamos con mi madre y volvimos (agotados) a casa.

Último día lluvioso
Como en la entrada anterior, podéis ver el mapa interactivo de nuestro camino hasta esta semana en el siguiente link:

Ver mapa

jueves, 21 de enero de 2016

Mi "Tour de France". Parte 1

Voy a dedicarle una entrada a una viaje que hice con mis padres en 2009 en coche por diferentes partes de Francia. En total, estuvimos tres semanas visitando diferenctes localidades francesas, comiendo fromage y viendo algunos de los monumentos galos más emblemáticos. En esta entrada hablaré de la mitad del viaje, hacia el norte, y, posteriormente, haré otra de la vuelta a casa.

Aprovechamos que íbamos desde Ourense hacia Francia para visitar a mis abuelos en Gijón (si seguís mi blog sabréis ya que tengo familia asturiana). Después de nuestra breve parada en el norte peninsular, seguimos la costa cantábrica hasta llegar a la frontera francesa. 
Raclette

Nuestra primera localidad a visitar fue Biarritz. Ese día inicial no dio para mucho, ya que habíamos estado conduciendo desde Gijón y paramos en Bilbao para comer. Biarritz es una pequeña localidad costera, en la que dimos un paseo por la playa y nos empezamos a acostumbrar a oír el nuevo idioma.

De Biarritz, fuimos a Burdeos (Bordeaux), una ciudad de un tamaño más considerable. El principal recuerdo que tengo de este sitio es la cena. Mi padre y yo compartimos una raclette que, como buen amante del queso que soy, disfruté hasta el último segundo. La raclette es un queso que se sirve sobre un soporte y se funde, debajo del cual colocas comida (patatas, embutidos, panes...) para embadurnarla del delicioso fromage.

Siguiendo la costa oeste francesa hacia el norte, llegamos a la localidad portuaria de La Rochelle. Como en muchas otras ciudades francesas que visitamos, lo más impotante que vimos fue el ayuntamiento. La arquitectura de algunos de estos edificios semeja la de los famosos palacios franceses (château), con sus típicas fachadas blancas y tejados de pizarra azules. Otro monumento conocido es el Fuerte Boyard, una cárcel construida en medio del mar, a unos 16 kilómetros de la costa.

Cambiando de paisaje, fuimos a una casa rural, en medio de campos y campos de viñedos cerca de Chinon. La casa se llamaba Domaine de Beauséjour y, a parte de ser la bodega de la zona, ofrece camas para turistas. Desde ahí, nos desplazamos por toda la zona del valle del Loira, visitando algunos de sus palacios más espactaculares. Un día, decidimos visitar Montsoreau, unas minas abandonadas que dejaron cuevas en la ladera de un monte. Ahora se usan como criaderos de todo tipo de setas comestibles, que crecen en pequeños bloques de tierra compacta gracias a la humedad de las cuevas. También visitamos la preciosa población de Saumur, conocida por su palacio y nos dimos un paseo por el Château de Chenonceau, uno de los más conocidos de Francia.

Château de Chenonceau
Mont Saint Michel


De ahí, conducimos hasta uno de mis lugares preferidos de la visita, el Mont Saint Michel. Se trata de un monasterio completamente rodeada de mar salvo por una pequeña carretera que lo une con el resto del continente. Por dentro de sus enormes paredes, podemos encontrar un pueblo medieval y, en su centro, la magnífica abadía dedicada al arcángel que da nombre al lugar, San Miguel.



Siguiendo nuestro camino hacia el norte, visitamos Caen y Bayeux, dos ciudades preciosas, de camino al cementerio norteamericano de Omaha Beach. Este último fue sin duda de los más duros momentos de mi vida, viendo hileras e hileras sin fin de tumbas. Después de mojar los pies en el mar y despejar las ideas, continuamos hacia el este, llegando al pequeño pueblo de Honfleur. Lo recuerdo muy bien, no solo porque fuera el único lugar donde nos llovió, sino porque la iglesia era completamente diferente a todas las otras que habíamos visto hasta entonces. Estaba hecha íntegramente de madera en el interior y me recordaba a construcciones vikingas, nada que ver con los enormes palacios franceses. Ya finalizando el camino hacia el norte, pasamos por Rouen y Amiens, ambas con catedrales de gótico flamígero, llenas de formas y figuras.

Cementerio de la playa Omaha
Os contaré como fue el viaje de vuelta y la visita a sitios como París, Orleans o Tours, en otra entrada futura. ¡Aún queda mucho que decir sobre este viaje!


jueves, 14 de enero de 2016

Deschutes River, Oregon

Voy a empezar este nuevo año en mi blog (tuve unas largas y merecidas vacaciones) con uno de mis sitios preferidos de todo el mundo: el río Deschutes. El motivo de que me encante de esta manera es que es el lugar donde suelo hacer las excursiones de rafting con toda mi familia americana.

Maupin y el río Deschutes
El río Deschutes es un afluente del río Columbia, en el estado de Oregon. Es conocido por sus enormes rápidos, que atraen a grandes grupos que buscan algo de aventura. Se sitúa al este de la cordillera North Cascades, en una zona extremadamente seca y calurosa. Siempre me gustó la zona, porque me recuerda al estilo de las películas de vaqueros del salvaje oeste.

La familia nos solemos reunir en una pequeña localidad llamada Maupin, pegada al río, para agruparnos y organizarnos. Normalmente usamos dos balsas y dos o tres (¡o ninguna!) kayaks, pero todo depende de cuántos vamos y cuánto tiempo.

Una de nuestras balsas, 2014
Una de las veces que mejor me lo pasé, fue cuando nos tomamos tres días enteros para hacer el descenso. Bajábamos por el río por la mañana hasta el atardecer, arrimábamos las balsas a una orilla, buscábamos un buen lugar de acampada y montábamos las tiendas de campaña. Así durante tres días. No solo me lo paso bien por estar con mi familia, que es una obvia ventaja, pero el lugar, el tipo de terreno, los animales salvajes... todo es diferente al tipo de turismo más habitual, convirtiéndolo en único. Además, como sabréis si leéis mi blog (si no lo hacéis, deberíais empezar ahora mismo), me encanta estar al aire libre y en zonas remotas y con pocas huellas humanas.

Una bonita tradición a la que le tengo mucho aprecio es una foto que me suelo hacer con mi abuelo, manejando cada uno un remo de la balsa principal durante el descenso. Es especial porque tenemos una foto así de cada vez que vamos y en ellas se puede ir viendo como voy creciendo a lo largo de los años.


Con mi padre en una canoa, 2008
Además, de las mejores sensaciones que se pueden tener para mí en esta vida es la adrenalina de ir en una canoa y ver llegar uno de los rápidos grandes. Recuerdo, en una de las veces más recientes, que iba en una canoa de dos personas con mi padre cuando nos estábamos acercando a uno de los rápidos más famosos de todo el río, Boxcar. Es muy habitual volcar ahí, sobre todo en una canoa, ya que el rápido básicamente es un gran remolino que lanza a la embarcación escopetada hacia una enorme roca cercana.  Sinceramente, no sé cómo salimos de ahí sin volcar. Nos pilló bastante desprevenidos, nos vimos de pronto dando vueltas, con el kayak casi del revés,  pero conseguimos salir del remolino hacia la enorme roca y, de alguna manera, "grindar" a lo largo del borde de ella, como con un monopatín.


Obviamente, si queréis probar la experiencia del rafting, podéis ir a muchos lugares por el mundo, pero os garantizo que el Deschutes es un éxito asegurado.